Mi hijo/a me insulta y me falta el respeto

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Soy madre de hijos adolescentes y oigo con más frecuencia de lo que me gustaría a chicos insultando a sus madres, desde descalificaciones como “eres tonta…”, “no vales para nada…”, hasta insultos mucho más hirientes y elevados de tono que me cuestan hasta repetir.

No obstante, los insultos de tus hijos son la punta del iceberg que esconde una gran cantidad de frustración en su base.

Puede ser un síntoma de una mala educación recibida, de un problema emocional de tu hijo/a o de la suma de ambas cosas.

Lo primero que tienes que tener en cuenta es que no existe un manual debajo del brazo con el que puedas ir aplicando consecuencias según las conductas de tus hijos. Cada caso es distinto y se debe atender a la individualidad de cada familia.

Pero a lo largo de mi experiencia como madre y como educadora creo que se cometen en muchos casos (y por supuesto yo también los he cometido) errores fundamentales cuando te enfrentas a la situación de que tus hijos te insultan.

Es imprescindible que te des cuenta y seas consciente de estos errores e intentetes corregirlos para que la relación con tus hijos cambie.

El primer error es no atender realmente esta conducta. Evitando enfrentarte al insulto.

No debe existir ni un insulto por parte de tu hijo/a (da igual qué edad tenga) que no deba ser atendido. Si es necesario debes parar cualquier actividad que estes realizando para poner de manifiesto el tremendo episodio que acabas de vivir. No puedes permitir que ese insulto parezca algo gracioso cuando son menores y se instaure con el tiempo en un adolescente como una normalidad.

Cuando no paras en seco y lo atiendes, la conducta comienza a gozar de un falso sentido de impunidad, el famoso “bueno, no es para tanto, solo te he llamado…”. Es entonces cuando el siguiente paso está listo para llegar a ser una agresión más grave.

El siguiente error es sólo intentar pretender que dejen de insultar. Por supuesto, ante esta conducta aplicas una consecuencia que será establecer un castigo, con el fin de que no se repita. Pero como hemos dicho, esta acción suele ser la punta del iceberg ante una gran frustración escondida en tu hijo/a. Está manifestando una necesidad no cubierta en la mayoría de los casos. Y tendrás también que atender y entender qué es lo que está pasando.

Otro de los errores es responder con otro insulto. En ocasiones reaccionas desde la incredulidad, el ataque y desde un estado de ira incontrolable con consecuencias muy desafortunadas.

La forma en la que respondas a esa reacción agresiva de tu hijo/a influirá en que vuelva a actuar de nuevo de ese modo o no.

Y aunque es verdad que cada caso debería examinarse de manera individual y concreta, hay pautas que como padre/madre deberías seguir para establecer una mejor relación con tus hijos:

  • Debes ser el modelo a seguir para tus hijos. Ellos no sólo aprenden de lo que les dices sino de tu comportamiento. Si quieres respeto, debes de ser personas respetuosa con tus hijos y con los demás. Recuerda que ellos aprenderán siempre de tu ejemplo.
  • Regular tus emociones. Para poder enseñar a tus hijos a regular y responder ante sus emociones desbordadas, tienes que aprender a regular las tuyas propias para así poder enseñar y educar a tus hijos a cómo deben hacerlo.
  • Entrenar la empatía. Es muy importante enseñar a tus hijos a ponerse en la piel del “otro”. A que sean conscientes de la herida que pueden causar en el “otro” a través de sus acciones. Y por supuesto aprender a pedir perdón.
  • Siempre reforzar sus buenas acciones. No sólo corregir los malos comportamientos sino validar y valorar positivamente todo lo bueno que hagan y todos los logros que vayan consiguiendo. Esto es muy importante durante todas las etapas de crecimiento de tus hijos.
  • Siempre ser claros y firmes con los límites. Sé que esto es algo que cuesta a muchos padres. Pero si quieres que tu hijo/a de mayor sea un adulto/a responsable, compasivo y empático, debes dejarle claro cuáles son los comportamientos correctos y cuáles no y las consecuencias que conlleva el superar esos límites.

«No hay ningún camino para ser un buen padre, sino un millón de formas de serlo»